domingo, 14 de noviembre de 2010

Retrato de una obsesión

No eran los mejores momentos. Fueron de esos días donde el desencanto hacía huella más honda al menor rasguño. Todos los han tenido. Todos los tienen, en la volatilidad, en mayor o menor medida, de las emociones humanas, los vaivenes del estado de ánimo juegan bromas pesadas. Pasan cosas. Pasan personas. Aunque en días como esos no lo parezca así, es sano pensar que el tiempo también pasa, tanto o más rápido que lo demás. Y claro, los desaires siempre son efecto de cosas entre personas a lo largo de un tiempo; la tarea es hacer que pasen rápido, que se vayan, no tenerlos a la vista, no saber si quiera de su desaparición.

Con el desequilibrio químico cerebral y la consecuente carga emocional saturada, urgido de centrar mi mente y mi atención en otras cosas, comprobé lo que muchos piensan: Que en los momentos de tristeza somos más sensibles o más perceptivos. Me senté a ver una película, estaba solo. Cuatro paredes, un lugar donde no daba el sol, sólo éramos la caja negra y yo. La misma caja que desprecié por ofrecerme tan poco ese día fue como una salvadora temporal. Era sólo una película. Pero qué película.

El principio, no tenía el suspenso que deja la sensación de vértigo acompañado de ese nudo en el estómago o corazón mientras intentamos suponer lo que va a pasar. Todo se desarrollaba de una forma tan lineal, quieta, que yo visto en un espejo al momento que veía la película podría parecer pasmado, perplejo pero en realidad ese rostro tan solo sería la reacción directa de algo que no provoca nada, y aunque parezca irónico, percibí a tiempo que ese era el objetivo: Motrar que en la vida del personaje no pasaba nada. Siendo más bien un momento en que debía ser una persona inquieta y atraida por los estruendos de una película de acción, de trama complicada, en donde los personajes interactúan de tal forma que la velocidad de los sucesos recarga la mente pero a la vez suprime los detalles o los menosprecia, siendo un momento para ver algo que se pueda beber de un trago, algo como un bombardeo de forma que en el fondo lleva poco, donde no haya que sentir ni pensar. Siendo un momento así, me encontré con esta especie de galería de arte pero que pasaba a varios cuadros por segundo (solo unos pocos, aún no tengo un plasma) que por el momento de vida que pasaba me hizo apreciarlo más.

Los detalles eran bien logrados. Era sobre la soledad. Pero sobre esa que de doler tanto uno se acostumbra y se vuelve extraño. De esa soledad personal que a veces ni la notamos. ¿No la han sentido? Es esa que poco a poco va degenerando. Y pensamos cosas. Y fantaseamos. Y nos alegramos de nuestra propia fantasía, y cuando viene la peor parte, cuando tenemos que dejarla, nos entristece, aunque no sea real. Es extraño. A pesar de ser de nuestra imaginación nos desencantamos cuando se pierde, nos sorprende como algo imprevisible. En la película esta parte no impacta, más bien cala poco a poco, pero llega igual de profundo, de cierta manera alumbró algo por dentro, talvez porque estaba solo en ese momento. Estaba solo.

Me sorprende que en hora y media es posible mostrar cómo alguien construye su mundo ideal por años y cómo se desvanece en poco tiempo. Una actuación bien pulida me mostraba caras que yo mismo había hecho. En verdad afectaba. Sonrisas tibias. Rostro inexpresivo. Gestos tímidos. Colores inhumanos, a veces muy barrocos y a veces muy opacos. El mundo real parecía lo contrario, como una escenografía de Kubrick que esta vez hacía sentido, talvez por la atmósfera irreal que ante mí  aparecía. (Efectivamente el director es confeso admirador del fallecido cineasta)

El desenlace no tiene sangre. No tiene lágrimas, pero el final es triste. Es una resignación a no tener nada, o a tener que conformarse con poco, conformarse solo, sin nadie y con la tristeza de ya no querer lo mismo pero asimismo la desesperanza de no poder si quiera imaginarse siendo diferente, siendo feliz. Así que vuelve a lo que tiene, vuelve a la imaginación. Por eso es triste. Uno siempre espera que al final las cosas sean diferentes, que pasen muchas cosas y que eso cambie todo, no obstante, volvió igual como empezó y lo nota y nos lo enseña, y lo entendí así. Me llegó. Es triste que más allá de nuestra imaginación hayan cosas que no encontremos la manera de cambiarlas.

Es un final previsible. El guión entero lo era, me atrevería a decir. Pero es una obra de arte sobre la soledad. Sobre esa que de doler tanto uno se acostumbra y se vuelve extraño.

Mientras veía los créditos escuchaba atentamente la música, fue algo como si el autor quería garantizarse que el mensaje llegara por completo. Que si no sintieron a través de las imágenes, la música les tatuara el contenido y los hiciera sentir a la fuerza todo el bagaje emocional que traía, que si no sentían la trama con el trasfondo dejarían esta obra como una película cursi con pretenciones desaforadamente más irreales que las imaginaciones del personaje principal. Una herramienta de última instancia de que su mensaje sea bien entendido. Para mí resume toda la película. En cada arpegio de la caja de música algún eco de Sy, o hasta de mí mismo en esos días, me trae. Me conmueve el principio taciturno, un desarrollo que avecina algo de esperanza, una paulatina caída hacia una posa de deshaucio para volver a la misma cadencia inexpresiva del comienzo. Un gran tema. Tanto así que escribí todo esto mientras escuchaba varias veces la misma canción. Me traía a la película, a sus personajes, a su entorno.



Estaba contento porque la vi con mis propios ojos, sin que nadie me la cuente. Porque percibí cosas que en otro tiempo no lo hubiera hecho. Es lo bonito de ver algo bueno y apreciarlo como un atardecer, una sinfonía o una chilena. Me preguntaba si la hubiera disfrutado igual si la hubiera visto en otro tiempo. Es difícil saber, es difícil imaginarlo. Pero ya volviendo a la vida en sí, me di cuenta que es una película, que me movió la atención y que en cierta manera me produjo alegría, por alejarme de todo lo malo que estaba pensando, pero de todos modos esas alegrías dentro de las tristezas duran poco, seguía solo. Así que recordando la película y a riesgo de quedar así, llamé a los camaradas. Y sin mayores explicaciones bebimos hasta emborracharnos. Bebimos hasta emborrachar la soledad.

"Sy's theme" OST One Hour Photo (Retrato de una obsesión)

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